Xiomara Ríos, de 11 años, es una niña alegre y vivaracha con una avidez poco común de conocer el mundo que está más allá de las montañas y las brumas que rodean su humilde hogar, en una pequeña comunidad rural cerca de Jinotega, al norte de Nicaragua. Sin embargo, sus ilusiones a punto han estado de verse truncadas por sus graves problemas de visión.
La pequeña cursa cuarto de primaria en la escuela Rafaela Herrera, uno de los centros educativos que cuentan con el apoyo de Educo para mejorar las condiciones de la enseñanza. Xiomara se muestra muy participativa y en clase siempre se sienta en primera fila. Hace unos meses, uno de sus profesores notó que la niña no distinguía bien las letras y que debía acercar el cuaderno a pocos centímetros de sus ojos para leer. En algunas ocasiones, incluso tenía que salir del aula en mitad de clase aquejada de fuertes dolores de cabeza. Verónica, su madre, explicó preocupada al maestro que ella y su esposo tenían que guiarla a la escuela para salvar los obstáculos del camino. El profesor intentó corregir la deficiencia proporcionándole unas gafas pero no sirvieron para solucionar el problema.
Poco a poco, el problema fue empeorando. Xiomara dejó el fútbol, una de sus pasiones, porque cada vez se le hacía más difícil ver la pelota y prácticamente se despidió de su ilusión de ser maestra.
Operada con éxito
En una de las periódicas visitas de nuestros compañeros a la escuela, Xiomara les entregó una emotiva carta: “Señores de Educo: yo les pido que me ayuden porque soy corta de vista; quiero que me ayuden a tener unos lentes de aumento porque soy pobre…”. Así empezaba el escrito, que iba acompañado de un dibujo.
Inmediatamente, fue enviada al pequeño centro de salud de su comunidad y, de ahí, derivada a una consulta oftalmológica en la ciudad de Jinotega, capital del departamento homónimo, conocida por Las Brumas por las permanentes neblinas que envuelven las cumbres que la rodean. Un trayecto de tan solo 30 km pero que supone todo un mundo de distancia para la familia de Xiomara debido a la pobreza en que viven. Su padre, Crispín, es agricultor y su madre es ama de casa. Lo poco que ingresan apenas cubre las necesidades básicas y no alcanza para viajar más allá de los límites de su comunidad. Un vecino trasladó a la niña y su padre a Jinotega.
El oftalmólogo diagnosticó que Xiomara sufría de cataratas congénitas y era ciega legal, incapaz de contar los dedos de las manos a corta distancia de sus ojos. La única solución para devolverle la vista pasaba por una operación quirúrgica en el hospital público de la zona. La niña fue intervenida con éxito y Educo asumió el coste de las lentes intraoculares y de algunos medicamentos necesarios para la recuperación. Dos meses después, recibió unas gafas progresivas, con las que ahora puede ver con mucha claridad.
Xiomara confiesa que antes de la operación su vida era muy triste. Deseaba volver a ver bien porque le encanta estudiar. Ahora ya no ve lejos la posibilidad de ser maestra de preescolar. Quiere quedarse en su comunidad para enseñar a los niños y niñas de tres a cinco años. Sus padres sueñan con verla graduada. Han puesto sus esperanzas en ella, pues sería la primera de su familia en alcanzar un título universitario. Y probablemente, también la primera en conocer el mundo que está más allá de las cumbres borrascosas de Jinotega.